jueves, 3 de junio de 2010

RISING- RAINBOW


A Ritchie Blackmore, el hombre de negro, uno de los genios de Deep purple (porque en aquella mítica charanga, al que no fuera un genio absoluto le debían dar collejas y robar la merienda), quizá el guitarrista con más fama de inaguantable que rodaba pelotas por aquella época, se le puso en los cataplines en 1975 salirse del mapa y formar su propio grupo, que llamó Rainbow. Entre vítores y suspiros del respetable, los Purple trataron de levantar cabeza sustituyendo a quien se suponía insustituible, pero todo fueron tropiezos hasta que, a mediados de los 80, se juntaron de nuevo en torno al divo de marras y reflotaron el barco con el discazo Perfect strangers. Todas estas circunstancias debieron contribuir a hinchar más el pecho de Blackmore, cuya cola de pavo real no debía caber ya por las puertas. Afortunadamente para el orden cósmico, tras su partida definitiva en los 90, llegó y se quedo el increíble Steve Morse, demostrando de una vez por todas que nadie es insustituible en este mundo.

Pero vamos al paréntesis que nos ocupa, que en esto de hablar de los dioses del Olimpo es difícil no ser farragoso. Nuestro hombre se juntó con unos y otros, despidiendo y contratando gente una y otra vez con la soltura de un Burger King. El primer cantante fue nada menos que Dio (a quien a partir de entonces no abandonaría ya la merecidísima fama), y con él grabó unos cuantos discos. Rainbow rising es el que más me gusta con diferencia; se trata de un pedazo de álbum pleno tanto de Dio como de Blackmore, acompañados ambos de una base rítmica de lujo entre la que no puedo menos que destacar al impresionante Cozy Powell. La producción corrió a cargo de Martin Birch y es, como de costumbre, una pasada, aunque quizá estuvo un poco menos sembrado que en otras ocasiones. Son dignos de escuchar los churretones de flanger que le dio a la fornida y espectacular batería de Cozy Powell, tan explosiva, tan "tocada a mano". Lo que en otro productor podría haber pasado a la historia como un experimento excesivo o recargado, en él ha quedado como una muestra más de su impronta, como cuando a Picasso se le puso en los cataplines usar muchos tonos azules. A ver quién le rechista.

El ambiente de Rainbow rising, aunque también trascendental y solemne, es mucho más festivo, respirable y llevadero que la sobriedad monacal y extática de Purple. Menos coñazo, si me permiten los amantes de todos estos "Ribera del Duero del metal". Dio siempre supo, con tan solo cantar un par de sílabas, impregnar el aire tanto de elegancia y seriedad como de pura explosión vital sincera, alegre y extrovertida. Lo primero entroncaba muy bien con su nuevo "capataz", lo segundo buena falta le hacía a éste. Sobre todo cuando, como es el caso, se ponía cómodo continuamente y se hacía sitio para uno de sus (buenísimos) solos de varios minutos. Porque vaya pedazo de solos los de este disco, tan sucios y "fáciles" para cualquier chaval que destaque un poco con su técnica dentro del heavy actual, pero tan inspirados, melódicos e irrepetibles, siempre con ese gran letrero en cada nota que reza: "¡Ole mis cojones!". Y siempre tan largos; tras escuchar una de estas verborreas guitarrísticas, la voz de Dio llegaba de nuevo como una bombona de oxígeno, como un San Bernardo en la nieve.

El disco entra a matar con Tarot woman, que tras la larga carrera de Dio podemos escuchar ahora, ya con buena perspectiva, como una canción más de las muchas a las que ha prestado su increíble voz y su estilo imposible de imitar, pero a mí me da que en su día debió dejar boquiabierto a más de uno. Produce una inyección de optimismo y fuerza capaz de convencer a un suicida de que no salte (o bueno, quizá se decida durante el solo, pero si sobrevive le espera una estrofa final más eufórica aún).

Continúa el paseo con tres grandes canciones más: Run with the wolf, Starstruck y Do you close your eyes, todas ellas también energéticas y alegres en mayor o menor medida. La segunda de ellas tiene un cierto ambiente Purple, del tipo Strange kind of woman, pero en manos de Dio este tipo de canciones hacen que la voz de Gillan, por inevitable comparación, parezca una especie de canto gregoriano pálido y elegantemente tristón. Me gusta mucho Dio, no sé si lo he dicho ya.

Llega la cara B y se acojona uno. Ahí va, dos canciones de ocho minutos. No sabes si tirarte por el precipicio, pero en cuanto te decides tardas medio minuto en quedar convencido por Stargazer: una monumental y enervante historia épica que sin duda es una de las primeras manifestaciones, si no la primera, de algo que me gusta llamar "heavy de cartón piedra". Me refiero a esas canciones míticas, largas, que cuentan algún hecho remoto, real o imaginario pero siempre heroico... y que dada la época en que fueron compuestas se asocian inevitablemente al cine del tipo Ben Hur, Cleopatra o Espartaco (la peli, no el torero). Stargazer se puede, casi se debe, escuchar en el sofá con un cuenco enorme de palomitas, disfrutando de sus riffs repetitivos y amplios. Esta vez, el correspondiente solo enorme se funde de manera especialmente feliz con el resto de los elementos de la estructura.

Y la otra canción larga, A light in the black, cierra por fin con su ritmo acelerado un disco que, si lo hubiera hecho otra gente, habría resultado pretencioso o un poco pesado. Pero hecho por quienes lo hicieron, y además en 1976, ha quedado para la posteridad como un trabajo irrepetible y mágico, aparte de ser uno de los más valiosos y modélicos gérmenes del heavy metal.

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